- benedictinas
- 28/09/2025
- 10:32
EVANGELIO DEL DOMINGO XXVI – C
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.
Entonces gritó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’.
El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto» (Lc 16, 19-31).
COMENTARIO
Esta parábola, probablemente, sorprendió a todos porque pensaban, según el contexto judío, que el rico era bendecido por Dios; y que Lázaro, el pobre, estaba siendo castigado por sus pecados. Jesús desmiente esto y demuestra que es todo lo contrario.
Este texto es relacional: no nos habla de estado de pobreza o riqueza personal, sino de insensibilidad, indiferencia, ausencia de relación con la pobreza.
Ninguno de nosotros mataría a una persona. Pero también maneras sutiles de «matar», es decir, de negarles la vida. Una de ellas es el dejar de compartir, dejar de relacionarnos con las personas; dejar de compartir nuestros bienes espirituales y materiales.
Nuestra misión es dar vida en sus múltiples formas con nuestra alegría, con nuestra esperanza, siempre con nuestra positividad, compartiendo todo lo que somos y tenemos.
Nuestra manera de vivir ahora, sí, es libre. Pero, ¡cuidado!, no es indiferente.
(Sor Ernestina)
