- benedictinas
- 02/11/2025
- 10:43
Entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo:
— Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa.
Bajó rápido y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo, de pie, le dijo al Señor:
— Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo cuatro veces más.
Jesús le dijo:
— Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 1-10).
COMENTARIO
Es evidente que Zaqueo no es una persona simpática para los judíos de su entorno: es un pecador. Pero, en su interior, buscaba mejorar; no estaba satisfecho de cómo se comportaba. A los que le vemos desde fuera, sí que nos gusta; sobre todo, el esfuerzo que hace para cambiar. Lo suyo no es un asunto de ideas o palabras o curiosidad. Le vemos con un gran entusiasmo, con un sincero deseo de conversión. Jesús le acoge y acepta este deseo y le llama hijo de Abrahán. Le dice que está salvado.
El problema de Zaqueo es el de la multitud que le ve solamente desde las apariencias y le juzga «pecador».
En nuestra vida, hay que tomar decisiones firmes si queremos cambiarla (la vida): hay que dejar lo que somos para llegar a ser, verdaderamente, lo que estamos llamados a ser.
(Sor Ernestina)
