- benedictinas
- 26/10/2025
- 10:53
EVANGELIO – DOMINGO XXX – C
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lc 18, 9- 14).
COMENTARIO
Al escuchar este texto, nos gustaría saber qué fue aquello que le agradó al Señor del publicano y que nos agrada también a nosotros. Y es que, si entramos a una reunión, nos sentaríamos a su lado; estaríamos a gusto con él a pesar de que sepamos que tiene un trabajo no muy bien visto. Nunca nos pondríamos al lado del fariseo; le tenemos miedo. Se siente superior a los demás y va dando lecciones a los otros, a los que juzga «malos». Se cree muy bueno y excluye a los demás creando barreras.
El publicano es un hombre sano y sanador. El fariseo es un enfermo y tóxico.
Jesús nos enseña cómo estar al lado de todos integrándonos en un camino juntos.
Y hoy nos pregunta a cada uno: ¿Desde dónde miras a los demás, desde arriba, juzgando su moralidad y diagnosticándole de «malo»? Fíjate si los demás se sientan a tu lado; porque seguro que si es así, no se acercarán.
(Sor Ernestina)
