SÍGUEME

Del evangelio del DOMINGO XXIII – C

«Si alguno viene a mí y no ABORRECE a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no CARGA CON SU CRUZ y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío…
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no RENUNCIA A TODOS SUS BIENES no puede ser discípulo mío»
(Cf. Lc 14, 25-33)

SÍGUEME

Duro hablar empleas con el hombre.

Te sigue donde vas y…

te pones exigente

en vez de agradecer su compañía.

«Carga con tu cruz», me dices.

Y «niégate a ti mismo», otras veces.

¿Qué es lo que pretendes?

No entendemos tu mensaje.

¿Es palabrería?

¡Tanto hablamos en el mundo!

que confundo tu palabra con la suya.

Niégate, me dices.

¿Quieres anularme sin medida?

Escucho muy adentro:

¡Pequeña! No me entiendes.

Pronto verás que mi palabra es muy sencilla.

Mira al fondo de tu ser.

¿No descubres un deseo inacabado de saciar

bebiendo día y noche en la fuente de la vida?

Vuelve tu mirada dentro.

Esa grande soledad en que tú vives

clama la presencia mía.

Porque yo sembré en tu corazón dormido

esa sed que tienes.

Y, la verás saciada,

si tú te haces mía.

Mía, ¿oyes?, mía.

Solo así serás feliz:

si alejando lo que estorbe,

dejas que tus pies me sigan.

Todo lo que dejas es negarte.

Pero mira lo que encuentras:

en mí, VIDA.

Te negarás, es cierto;

llorarás

por la cruz que hará doblar a tu rodilla.

Pero el Dios que llevas en el corazón grabado,

la felicidad que tienes,

en ti ahoga la mayor de las desdichas.

Niégate, me dices.

Pero escucho: SÍGUEME;

en mí encontrarás la plenitud de vida.

(Rosa M.)

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