- benedictinas
- 12/01/2025
- 10:52
Todos los evangelistas y la iglesia primitiva estaban incómodos con el bautismo de Jesús. Escena confusa de su vida, pero que no podían eliminar de su vida. Aparece allí con todo el pueblo para ser bautizado. Una entrada en escena muy sencilla, poco espectacular. Éste es el Mesías que había nacido en un portal de Belén y que próximamente va a estar rechazado en la sinagoga de Nazaret. En esta humildad y humanidad de Jesús donde se revela su divinidad. Ahí se abren los cielos, baja el Espíritu Santo sobre él y se escucha una voz, la del Padre. Esta voz y el Espíritu Santo le dicen a Jesús quién es, el Hijo de Dios.
El Espíritu Santo fue un gran amigo de Jesús, desde su inicio, en la encarnación hasta el final.
Ahora está ahí también fortaleciéndolo y capacitándolo para una difícil misión que se le presenta.
En realidad, el bautismo confirmó a Jesús en sus misión, la que el Padre le había encomendado.
Lo sorprendente, para nosotros, es que podemos tener, como Jesús, la misma relación con el Padre; es decir, tener nuestra identidad en ser hijos de Dios. En nuestro bautismo, Dios nos llama, nos nombra, nos dice «este» es mi hijo. Y si tú crees estas palabras, tienen poder para cambiar ya, desde ahora, tu vida.
(Sor Ernestina)
Carmen Rubianes
Cualquier ser humano por paupérrimas que sean sus circunstancias, aunque no sepa nada, por pequeño que sea, por perdido que esté, encuentra dignidad en que Dios es mi padre, o en que la Virgen es mi madre (sobre todo cuando padre o/y madre no son gran cosa)