UNA SEMILLA…

Hoy se nos habla del reino de los cielos (Mc 4,26-34). ¿El reino de los cielos es como una semilla que se echa a la tierra o como un grano de mostaza? ¿Cómo entender el mensaje?

Lo pequeño lleva en sí una gran vitalidad y puede convertirse en algo muy grande. Todos llevamos plantados una pequeña semilla desde que nacemos: la imagen de Dios; y va creciendo espectacularmente. Pero, ¿crece sola? ¿Cómo ayudar al crecimiento? ¿Podemos hacer algo?

Generalmente, se malentiende la parábola de la semilla plantada que crece sin saber cómo, minimizando la labor del campesino. Pero una cosa es no saber cómo crece y otra diferente no hacer nada para que crezca.

El campesino tiene un papel imprescindible e insustituible: tiene que tener preparada la tierra, echar la semilla a su tiempo, levantarse y estar vigilante para cuando el grano esté a punto y meter la hoz. Y luego segar y recoger la cosecha.

Ya, Jesús, en la parábola del sembrador, habla de la gran cantidad de semilla que se pierde por no encontrar un buen terreno. Se nos dice hoy que el buen terreno produce el fruto por sí solo.

Esta parábola de hoy (Mc 4,26-34 ) no es para descansar y dejar todo en «manos» de la semilla. Nos empuja a trabajar diligentemente. Sembrar, tanto para nosotros como para los demás, precisa de toda nuestra destreza, ingenio, atención y esfuerzo. El resultado final es la alegría y el asombro del resultado: el gran crecimiento personal y comunitario de todo lo que hemos cuidado y puesto en manos de Dios.

(Sor Ernestina)

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