- benedictinas
- 22/09/2024
- 10:34
EVANGELIO DEL DOMINGO XXV – B
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará». Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutían por el camino?» Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado» (Mc 9,30-37).
Jesús y sus discípulos atraviesan Galilea camino de Jerusalén. ¿Qué sentirá el Señor?
Deja su familia, su ciudad, su mundo conocido donde ha tenido tanto éxito para dirigirse a otro de hostilidad donde finalmente morirá.
Es curioso que Jesús hable tan claramente a sus discípulos y que ellos no lo entiendan. ¿Por qué será? Porque hay una enorme desemenjanza entre los pensamientos de Jesús y los de sus discípulos. Mientras él está pensando en su entrega próxima, ellos discuten sobre quién es el más importante. Si Jesús iba a ser proclamado rey, era importante saber quién iba a tener el mejor puesto.
A lo largo del evangelio, a los apóstoles se les ve muy obsesionados por la grandeza. Y Jesús les invita a ponerse en el último lugar como elección; es decir, permitir que otro esté delante de ellos en todos los aspectos: en cuanto a ideas, proyectos, acciones… El verdaderamente importante es el que sirve, el que se pasa el día «cuidando gente».
(Sor Ernestina)