- benedictinas
- 03/03/2024
- 10:49
El Templo de Jerusalén era la institución religiosa suprema del pueblo de Israel, el signo visible de la presencia de Dios.
Jesús llega a la ciudad y lo que ve no le gusta nada: encuentra a los vendedores y cambistas; es un mercado, un comercio donde se gasta mucho dinero y se utiliza el Templo para enriquecerse y no para la gloria de Dios. Ante esto, Jesús comienza a actuar rápidamente y actualiza un acto profético de purificación del Templo ya anunciado por Jeremías. Esto llama mucho la atención. Es un gesto profético que pretende, mediante una actuación muy llamativa y fuerte, despertar al pueblo sobre algún aspecto concreto de su mala conducta.
Tras la acción, Jesús comienza a hablar y da al Templo un nuevo nombre: la casa de mi Padre. Y, por tanto, no puede ser un mercado.
Los judíos le piden una explicación y él se presenta como el verdadero templo; es decir, él es el lugar del encuentro con Dios y la señal es su resurrección.
Este texto nos anima a no tener una relación comercial con Dios creyendo que él nos hace más o menos caso dependiendo de lo que rezamos o le ofrecemos. Nos anima a ir purificando la oración tanto en su forma con en sus intenciones.
(Sor Ernestina)