- benedictinas
- 22/12/2024
- 10:46
EVANGELIO – DOMINGO IV DE ADVIENTO – C
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,39-45).
COMENTARIO
Hoy dos mujeres se encuentran. Las dos tienen un sentido de vida que las llena de alegría y que han acogido con fe porque venía de Dios. No han sido proyectos fáciles. María ha tenido un embarazo virginal y tendrá que dar a luz al Hijo de Dios. Isabel ha quedado embarazada en su ancianidad y dará a luz a Juan Bautista, un hombre desconocido, precursor del Señor. Ambas han creído y, por eso, son capaces de hablar en una escena en la que los hombres no hablan. Zacarías por su incredulidad y Juan Bautista porque aún está en el vientre materno.
Sí, la fe forma parte de toda vida humana y permite apoderarse de los planes de Dios y darles cabida.
El primer mensaje del texto es, pues, decirnos que Dios interviene en nuestra vida concreta. Si esto no lo tenemos claro, podemos quedarnos en el desconcierto y caos de nuestra vida y perder los aspectos de misterio que son siempre fruto de Dios y no están a nuestro alcance. Una lectura literal de nuestra vida crea una restricción en lo espiritual y la deja sumida en lo material, en una realidad empobrecida. Pero si vamos más allá de nosotros mismos hasta el encuentro con Dios, descubriremos un potencial inmenso de alegría y de energía espiritual que nos desborda.
(Sor Ernestina)