¿QUIÉN ME GUÍA?

EVANGELIO – DOMINGO VIII – C

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca»
(Lc 6,39-45).

COMENTARIO

Un ciego no puede guiar a otro ciego. Ten cuidado a quien sigues, quién guía tu vida. ¿Son tus sombras las que te aconsejan? Te acabarán llevando al hoyo.

Todos tenemos un ciego en nuestro interior que bloquea y distorsiona la realidad, la visión objetiva de los acontecimientos. Por lo tanto, es mejor que gastemos energía en un profundo conocimiento de nosotros mismos y no en criticar a los demás y echar los balones fuera.

Este proceso de dar a luz un nuevo corazón supone un gran esfuerzo de búsqueda de la verdad que se manifiesta siempre en los frutos. Esto es lo más importante, el fruto que damos. Y tiene mucho más valor que nuestras palabras e ideas. La mejor homilía son nuestras acciones porque suenan más fuerte que nuestras palabras (llevan micrófono incorporado). De hecho, puede que sea mejor que ni siquiera hables.

¿Qué hubiera pasado si Jesús no hubiera dicho ni una sola palabra? La gente habría recibido igualmente su mensaje de amor viendo sus acciones.

Todo lo que producimos se elabora desde lo que hacemos, no desde lo que decimos.

(Sor Ernestina)

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