- benedictinas
- 07/07/2024
- 15:19
Jesús no fue aceptado ni creído por los suyos y esta incredulidad le impidió hacer milagros. En el fondo, lo que subyace en esta incredulidad es la imagen que tenemos de Dios. Nos parece que no puede ser alguien sencillo, comprometido con la tarea cotidiana y normal; no puede estar entre las personas trabajando, comiendo, caminando… Quizá los judíos de su tiempo habrían creído en él si se hubiera presentado como un hombre extraño, desconectado de su tiempo, encapuchado…
La obra de Jesús en nuestra vida está limitada por nuestra incredulidad. Dios puede actuar en nosotros aunque no haya mucha fe, pero nunca si hay incredulidad; es decir, resistencia. Jesús se asombra de nuestra incredulidad y la falta de confianza en él.
Nunca se nos relata en los evangelios que Jesús fuera por los museos, se asombrase de cosas antiguas o pergaminos de hace muchos siglos; tampoco de antigüedades ni de grandes oraciones en el Templo; ni siquiera, como nosotros, ante la creación.
Su asombro viene siempre de las manifestaciones de la fe.
- Cuando la encuentra en un lugar en que no lo esperaba, como es el caso de la sirofenicia («mujer, qué grande es tu fe»), o en el centurión romano («nunca he encontrado tanta fe en Israel»).
- También se admira cuando la fe está ausente cuando él la esperaba encontrar, como nos relata el evangelio de hoy («Se admiró de su falta de fe»: Mc 6,1-6).
Podemos ver en qué lugar nos encontramos nosotros.
(Sor Ernestina)