- benedictinas
- 10/03/2024
- 10:36
DOMINGO IV (B) DE CUARESMA
EVANGELIO:
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios» (Jn 3,14-21).
Dios ama al mundo. Esto era impensable para un judío del tiempo de Jesús porque creían que solo amaba al pueblo de Israel. Y ¿qué significa que Dios ama al mundo? Que ama a cada persona, a todo ser humano y lo salva. Este amor de Dios salva al hombre de su destrucción eterna porque Dios no quiere que el hombre se pierda. Este amor tiene una expresión concreta: Dios nos da lo más preciado para él, lo mejor que tiene, su Hijo. Y nos beneficiamos de este regalo si creemos en Jesús.
La serpiente, elevada en el desierto, fue medicina salvadora para el pueblo judío, simplemente, al mirar la serpiente de bronce; esto supuso que tuvieron que confiar en que algo, tan aparentemente tonto como mirar una serpiente, sería suficiente para salvarlo.
También Jesús tiene que ser levantado en la cruz para sanar y salvar. Solo hay que confiar en él.
Al terminar el texto, nos anima a plantearnos la vida en toda su profundidad, en este tiempo de cuaresma porque tenemos que elegir constantemente, a diario, entre luz y tinieblas, entre creer y no creer. Y, a veces, tristemente, elegimos vivir en las tinieblas.
(Sor Ernestina)